Nos ha costado algunos días escribir estas líneas, cuesta comprender que no solo hemos perdido un compañero, se nos fue uno de esos luchadores imprescindibles.

Resulta justamente imprescindible recordarlo de manera colectiva, no podemos hacerlo en soledad. El dolor es inmenso pero también la alegría de haber compartido el viaje con una persona que luchó toda su vida, que fue coherente entre sus ideales y sus acciones, que nos enseñó mucho y que también dejó un legado político y personal.

Formó parte de Red Eco prácticamente desde su formación, contribuyendo además con sus intervenciones artísticas a través de distintos espacios, como La Bodega del Diablo, Eco Ediciones, Tierra Linda, Fuerza Centrífuga.

Pablo ocupaba muchos espacios de la vida cotidiana y de la acción militante y cada uno de esos espacios los transitaba con la misma coherencia del escribir, de la tarea sindical, del trabajo, de la amistad, del amor a su compañera, y más.

Su coherencia era férrea y ese afianzamiento a una conducta de vida es lo que lo hace, a decir de Bertolt Brecht, parte de los hombres “que luchan toda la vida”: “Los imprescindibles”.

Su escritura estuvo centrada en la vida y en el hacer de los hombres y mujeres comunes, trabajadores y trabajadoras, en los pesares, las angustias, pero también el goce y la alegría de la vida y el vino compartido. Porque para Pablo era fundamental compartir el vino.

Compartía su poesía y sus relatos en un sinfín de encuentros de lectura, con esa voz tan grave, suave y potente que ponía a cada palabra un candor, una fuerza necesaria.

Obstinado como pocos en no caer en las mieles del capitalismo, ya sea para el ascenso económico o para el consumo de lo que sea. Pablo no quería ser jefe de nadie y preservó muy conscientemente su puesto de trabajador “raso”, materialmente poseía solo aquello que era necesario para la vida, pero nada en exceso. 

Defendía el derecho al trabajo: un trabajo con condiciones dignas, aun dentro de este sistema, y un salario que permita el disfrute, el acceso a la cultura, al conocimiento y al tiempo de ocio. Por eso participaba activamente de la vida sindical y daba la pelea ahí donde se organizan los trabajadores y las trabajadoras. Consecuente con su actividad, fue solidario con sus compañeros y compañeras para la  defensa y la lucha sindical, el reconocimiento de los derechos como tales y la protección ante cualquier problema laboral.

Supo rodearse de amigos y amigas para compartir la vida: una comida, un vaso de vino, una charla, una lucha, una guitarreada, unos mates amargos, un libro y tantos otros momentos que llenaba con sus frases a veces duras, a veces amorosas, a veces muy sarcásticas, pero siempre con una humanidad tan alta que lo sobrepasaba en varios cuerpos. No era de aquellos amigos que regalan abrazos, parco para las demostraciones de afecto, pero manifestaba su cariño con acciones y actitudes: el acompañamiento, la presencia en esos momentos, una mirada, unas palabras cortas pero certeras y el compartir la mesa, porque la comida para Pablo ocupaba un lugar primordial. 

Dicen que los hijos más que palabras miran y observan las acciones de sus padres. Si lo que tanto enarbolan con la palabra, lo sostienen con la acción. Y ahí está la tarea complicada para cualquier hombre o mujer en estos tiempos. Pablo le dejó a su hija y a su hijo y a sus nietas, un ejemplo de vida coherente: Pablo decía lo que hacía y hacía lo que decía.

Construyó su vida, la familia, la actividad política, con su gran compañera, “La Fabi”, con la que mantuvo un amor de esos que encienden y que potencian para agrandar de una manera tan bella y humana a los dos. Al Pablo poco demostrativo, se le oponía un Pablo amoroso que le escribía las frases más hermosas y trilladas. “Mira lo que me escribió Pablo”, decía Fabi y eran las palabras simples y profundas de un enamorado. Pablo estaba tan orgulloso de todo lo que Fabi hacía y defendía: de sus amigos y amigas, de su actividad en Red Eco, de las luchas por una comunicación alternativa y popular, de su impulso para que la economía política sea comprensible para todos y todas, de su proyecto de una comunicación en red y en unidad, y más. Estaba orgulloso porque juntos habían cimentado una ética de vida poco común en estos tiempos.

Una imagen de él: se había ido a trabajar y a vivir a las sierras. Cualquiera pensaría que el objetivo era una vida más relajada, pero Pablo no era de esos. Organizó al barrio dando la discusión y haciendo actividades en defensa del rio, en contra del basural. Conformó junto a Fabi una lista política – electoral realmente unitaria, de esas que hoy necesitaríamos tanto. Abrazó y confió en compañeros de diversa procedencia política. Tras la jubilación, no se tiró en el sillón a descansar, sino que armó una mesa de jubilados y jubiladas todos los miércoles en la plaza del pueblo serrano. Hizo la bandera, agarró el megáfono y la mesa para invitar a firmar la petición a favor del aumento a jubilados.

Pablo fue como dice la canción de Luis Eduardo Aute y Silvio Rodríguez, “El Necio”:

Caminando fui lo que fui

Allá Dios, que será divino

Yo me muero como viví

Yo me muero como viví

Una amiga escribió en estos días: Pablo no se fue, se hizo invisible

Nosotros y nosotras agregamos: Pablo nos dejó todo y más a quienes pudimos compartir su vida en pequeños momentos pero, a su vez, gigantes en enseñanzas de vida.

Tres salvedades:

1 – El temor a la solemnidad y, a la vez, a que las palabras no logren mensurar lo que consideramos ha sido este hombre

2 – Pablo diría: ¡Qué palabras innecesarias y grandilocuentes. Borren todo ya!

3 – No tendríamos que haber esperado hasta ahora para decirte todo esto, aunque te hubiésemos tenido que atar a la silla para que nos escucharas y no te fueras refunfuñando a la primera frase.