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Temas de conversación para la mesa en Navidad

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El género no está considerado un tema escabroso, porque todavía, en general, no está considerado un tema. Encuentros y desencuentros de las fiestas en familia y algunas reflexiones sobre los mandatos y los estereotipos de género que ya podríamos ir poniendo en cuestión.

Por María Eugenia Otero (La Retaguardia-RNMA) para Red Eco









Ayer pasamos la navidad en la casa de mi mamá. Mis viejos, hermanas, sobrinos, primos, tíos, y algunos invitados que no son parte de la familia y que nos obligan a cuidar un poco las formas. Alguien advirtió en nochebuena -para evitar peleas incómodas- que para ser respetuosos del “protocolo” no había que hablar ni de política, ni de religión. Otro agregó que tampoco de dinero. Ni de sexo. Parece que fuimos obedientes de la norma que había quedado establecida de manera informal, porque dialogamos sobre muchos temas, ninguno muy profundo ni comprometido, casi todos en referencia al clima (insoportable en Buenos Aires, por cierto), a la ansiedad de los chicos presentes ante la llegada de Papá Noel, comentarios sobre la comida y el vino; no mucho más.

Cuando ayer al mediodía nos volvimos a encontrar, nos habían quedado menos temas de conversación posibles, la propuesta culinaria no había cambiado y la lluvia había logrado que  la temperatura bajara 15°, por lo que la comida y el calor ya no eran temas viables. La proscripción temática no recaía sobre la moda, ni sobre la estética, y nada se había dicho sobre el cotilleo, ni estaba prohibido “despellejar” a ningún ausente, por lo que mientras pasábamos platos y nos servíamos unos a otros, alguien trajo a la mesa a una señora en minifalda a la que se había cruzado el día anterior mientras compraba regalos: “no queda bien que una mujer gordita use esa ropa. Hay algunos cuerpos que hay que saber llevarlos. A los rollos hay que disimularlos. No se puede usar ropa ajustada, y mucho menos ponerse polleras por encima de la rodilla. No es discriminatorio lo que estoy diciendo, el problema no es la gordura sino la ropa que se tira encima. Es una cuestión estética”.

Respiré profundo pero no aguanté: “¿y por qué una mujer gordita no podría mostrar su cuerpo?”.

Sabía que estaba rompiendo las reglas de la noche anterior, porque la discusión era profundamente política. Mientras escuchaba las réplicas, los argumentos y las protestas de la mayoría en la mesa por mi comentario, pensaba la respuesta: porque las mujeres en este orden social debemos ser flacas. Y las que nos parecemos más a la Pepona que a la Barbie, tenemos que disimularlo siguiendo los consejos de la Para Ti para no resaltar los kilos de más.

Hay muchas cosas más que debemos ser las mujeres, pero no sólo las mujeres, también sobre los varones pesan estos “deber ser”.
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Varias veces, coordinando talleres de género con grupos de diversas edades y clases sociales, proponemos el ejercicio de pensar cuáles son los mandatos y los estereotipos que nos atraviesan a todos los que somos parte de este orden social. Las preguntas que guían la consigna suelen ser más o menos así: ¿cómo debe ser un varón para ser reconocido como tal en este orden social?; ¿cómo debe ser una mujer? Siempre hacemos una aclaración: lo que queremos que aparezca es aquello que la sociedad espera de nosotros, no lo que cada uno piensa de cómo deben ser las mujeres y los varones. De este modo, evitamos las respuestas políticamente correctas.

Jugando a recordar aquellas cosas que nos han dicho y mostrado, aparecen las representaciones y muchísimas de las ideas se repiten en grupos de características diversas. Cuando intentamos reconstruir el discurso del deber ser que dice cómo debe ser un hombre y cómo debe ser una mujer, nos atraviesan los mismos mandatos.

En grupos de maestros y profesores de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano pudimos encontrar que el varón: -debe ser recio -fuerte -poderoso -tiene que estar bien dotado -ser proveedor del hogar  -llevar las riendas de la casa -tiene que tener actitud de mando -ser heterosexual -estar siempre listo para el encuentro sexual - ser mujeriego -debe ser más racional que emocional -vivir la sexualidad como una descarga -va de putas  -puede ser infiel -su sexualidad es irrefrenable -debe ser exitoso y competitivo -puede tener panza y canas -sabe hacer asado -no llora -realiza tareas relacionadas con la fuerza.
 
Y la mujer: -debe ser sensible -sumisa -dependiente -tolerante -comprensiva -madre o maternal -sus prioridades deben ser la casa, el marido y los hijos -debe responder a las expectativas masculinas -hacer las tareas domésticas -ser fiel -femenina -delicada -joven -tiene que cuidar su cuerpo -decorarlo -depilarse -ser recatada.

Después de hacer la experiencia con grupos de chicos de escuelas secundarias entre 16 y 18 años, confirmamos que los adolescentes sienten que recae sobre ellos el peso de varios de esos mismos preceptos. Registramos muchas ideas coincidentes con las anteriores, aunque expresadas de manera diferente: el varón -no tiene que ser afeminado -tiene que reprimir sus sentimientos -saber manejar -salir con muchas pibas -no ser lento -debe tener el pene grande -tener auto -usar predominantemente el color azul.

La mujer, en tanto, -debe saber cocinar -ser ama de casa y madre ejemplar -sus medidas deben ser 90-60-90 -usar color rosa -ser modelo -princesa -sexy y deslumbrante -tener buen cuerpo, lindas piernas -ser una chica barbie -sin celulitis ni estrías -estar siempre arreglada -que su cuerpo sea un objeto -estar siempre disponible -no puede estar con muchos chicos.

Los listados podrían ser interminables si cada uno de nosotros agregara algo de lo que recuerda haber escuchado -y repetido- de cómo debemos ser. Algunas de estas ideas pueden parecer lejanas u obsoletas, pero cuando nos lanzamos a la experiencia de pensar el propio género las encontramos vigentes, inscriptas en nuestros cuerpos, aunque la razón no pueda reconocerlas.

El discurso patriarcal va determinando nuestro lugar en el sistema “sexo-género” desde nuestros primeros aprendizajes. “Lo que se espera de un hombre” y “lo que se espera de una mujer” va reprimiendo conductas que no son propias de nuestro sexo, y alentando otras que la sociedad considera deseables.

Los estereotipos y los mandatos de género son internalizados desde nuestras experiencias más tempranas, desde la salita rosa y la salita celeste, en la cotidianeidad familiar y en la escuela, en los medios de comunicación y en el trabajo. El disciplinamiento de los cuerpos y la repetición de las expectativas de masculinidad y feminidad oficiales se van afirmando en nuestra trayectoria de aprendizajes formales y no formales.
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El discurso patriarcal, la moral, la religión, y el imaginario social con sus mitos y estereotipos nos indican cómo deben ser las cosas. El hombre fuerte, valiente, racional, superior. La mujer débil, sumisa, complaciente, sensible, delicada, inferior.

Castigos de diverso tipo les esperan a mujeres, y también a varones, que osan ignorar los mandatos, salirse de la norma o del molde cultural. Norma y molde que, de tan naturalizados, son convertidos en datos de la biología, cuando no hay nada en ellos que sea natural o biológico, sino que son un producto social, una construcción cultural. Cuando el discurso no alcanza a ser lo suficientemente “convincente” para mantener la continuidad del poder masculino la violencia garantiza la continuidad de la dominación.
El hombre como sujeto: para él los espacios públicos, el desarrollo individual, la inteligencia, la racionalidad, la fuerza. Su palabra es un mandato. No debe sentir miedo, ni llorar. Su cuerpo debe ser fuerte, y nunca violentado. Su sexualidad irrefrenable y su elección heterosexual.

La mujer como objeto: para ella la intimidad de la casa, su individualidad postergada por el cuidado de la familia, la sensibilidad y las emociones, la fragilidad. Su palabra debe ser tierna, delicada. Su cuerpo, un objeto destinado a satisfacer sexualmente al hombre, expuesto continuamente a las miradas, palabras y abusos masculinos. El cuerpo de las mujeres madres y esposas al servicio del hombre para la reproducción; el cuerpo de las mujeres “indecentes” para su placer. La heterosexualidad como norma también para ella.

Él en su trabajo, ella cuidando a los hijos como abnegada madre; él con sus amigos, ella en el hogar; él consumiendo prostitución, ella consumiendo productos de belleza y haciendo dietas para estar espléndida para él.

Estas ideas tienen consecuencias directas en nuestra vida cotidiana: el sometimiento femenino ante la hegemonía masculina se confirma en múltiples situaciones, con muy diversos formatos: desde el más camuflado y silencioso hasta el más cruel; y se manifiesta dentro y fuera del ámbito íntimo o familiar. En los últimos tiempos, algunas problemáticas graves asociadas a la opresión de género se han hecho visibles en nuestra sociedad: la discriminación, la violencia en todas sus formas, el abuso sexual, y la
marita_veron.jpgtrata de personas para explotación sexual.

En la mesa navideña también hicimos algunos comentarios sobre el vergonzoso fallo del juicio por el secuestro y la desaparición de Marita Verón. Estábamos todos de acuerdo. Estoy segura de que también coincidimos en que la violencia, el abuso y la explotación sexual son flagelos contra los que hay que luchar. Lástima que cuando nos cruzamos con una gordita en minifalda la castigamos por no responder al modelo que el patriarcado impone. Seguimos sin registrar que esas inocentes ideas son parte del engranaje de la maquinita simbólica de la violencia y el sometimiento.



María Eugenia Otero
www.laretaguardia.com.ar
26/12/2012

 

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