Aldea Jóvenes por la Paz

El proyecto Aldea Jóvenes por la Paz, que pertenece al Servicio de Paz y Justicia, organización internacional de derechos humanos que lidera el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, lleva adelante desde hace más de 20 años una experiencia educativa más que interesante en el oeste y norte bonaerense. Red Eco Alternativo 

(Red Eco) Buenos Aires - Aldea Jóvenes por la Paz tiene dos sedes: una en el norte bonaerense, en Pilar y la otra en el oeste, en General Rodríguez. Visitamos el sábado pasado la sede de General Rodríguez, un espacio de 10 hectáreas compradas gracias a una donación de Danielle Mitterrand, la esposa del ex presidente francés, François Mitterrand.

En un viaje a Francia Adolfo Pérez Esquivel le cuenta a Danielle el entonces proyecto de construir un espacio educativo que forme a jóvenes en diferentes oficios desde una perspectiva de aprender, además, nuestros derechos y fundado en la resolución de los conflictos en forma pacífica. 

A partir de un convenio con la Dirección de Cultura y Educación (DGCyE) de la provincia de Buenos Aires en 1999 comienza a funcionar la escuela de oficios que, a diferencia del resto de las escuelas de oficios, no está pensada para jóvenes adultos mayores de 18 años, sino que apunta a jóvenes de 12 a 16 años.

Los jóvenes pueden elegir entre los siguientes talleres: serigrafía, marroquinería, plomería, electricidad, quesería, apicultura, huerta, carpintería, construcciones y panadería y repostería.

Además, pueden concurrir a clases de matemática, lectoescritura y educación física. La escuela cuenta, también, con una biblioteca y está construyendo una ludoteca.

Tanto de los talleres como de las clases, son ellos y ellas quienes vienen a inscribirse. Nadie está obligado acá, dice Paola.

También cuentan con un espacio de salud donde atienden dos asistentes sociales y Graciela nos cuenta que antes venia un médico del Hospital Sommer, institución con la que habíamos establecido un convenio para que el médico asistiera cada 15 días. El medico se copó tanto con el proyecto que venía todas las semanas. Mantenía no solo el control de los alumnos y las alumnas, sino que también la cartilla de vacunación. Pero lo perdimos porque se jubiló. Y no pudimos volver a establecer ese convenio con el hospital.

Las paredes de las aulas y los murales de muchas de las paredes de las galerías externas fueron pintadas por ellos y ellas. En esas paredes están escritas las frases del Ni una menos, el rostro de Santiago Maldonado, el dibujo de Mafalda y el palito de abollar ideologías, el recuerdo de la noche de los lápices y más. Siempre los chicos y chicas tienen presente los derechos humanos. Les enseñamos además de matemática o carpintería a conocer sus derechos. Porque uno no puede defender lo que no conoce, afirma Paola.

Todas las aulas y oficinas confluyen a galerías que miran a un impresionante parque, con inmensos árboles. Y no sabes qué lindo se pone acá abajo cuando florece el tilo, me cuenta Graciela.

Las cortinas de las ventanas de todos los espacios fueron estampadas en el taller de serigrafía con la consigna de que significa para vos la Aldea. Algunos hicieron un sol, otros estrellas, árboles.

Todas las mesas de las aulas son redondas y no hay un escritorio para el docente. Nos sentamos todos juntos, dice Paola. Y acá no somos los o las profes. Somos Graciela, Elio, Lucas, Cecilia o Paola. Claro que acá tenemos una matrícula mucho menor, así que el trabajo es casi personalizado.

Además de las clases y talleres hay espacios colectivos de reflexión. Hacemos hincapié en que los vínculos no sean violentos, lo que a veces traen naturalizado desde la casa, que puedan pensar que eso no está bien y que pueden construir vínculos de diferentes maneras no violentas. Por ejemplo, logramos que las paredes del baño no estén escritas. Antes teníamos todos los días una inscripción nueva en las puertas y paredes de los baños: porque tal es una......, tal es un…..y empezamos a trabajar con ellos que esas había que hablarlas y tratarlas colectivamente. Si van a ver las paredes de los baños, hoy están limpias. Logramos eso, subraya Cecilia.

Para extender la oferta a jóvenes mayores de 16 años pusieron en funcionamiento el taller de construcciones que, nos cuenta Graciela, nos permitió tener una oferta para jóvenes de 16 años que sabíamos que ya estaban trabajando o que iban a trabajar en albañilería. Y les planteamos que si estudiaban podían llegar a ser maestro mayor de obra, pero si no estudiaban iban a tener que cargar bolsas de cal bajo la lluvia siempre,

Cecilia cuenta una anécdota para entender los pibes y pibas que concurren a los talleres o a las clases. Cuando estábamos construyendo el comedor, empieza el relato Cecilia, uno de los alumnos me acompaña a ver como avanzaba la obra. Cuando vio lo grande que era el espacio de lo que sería el comedor, me miró y me dijo extendiendo los brazos: ¿todo esto es para nosotros? Le conteste: no se merecen menos. Esa es la concepción que ellos y ellas tienen de lo que se “merecen” y que intentamos entiendan que es su derecho y que les corresponde. Porque, además, estos pibes y pibas atraviesan la violencia en sus hogares, pero también la violencia de la policía, la violencia del hospital cuando se van a atender o a pedir un turno y una mirada social que los ve como negritos chorros, concluye Cecilia.

Durante la pandemia se acercaban a la escuela los docentes que vivían más cerca. Veníamos, recuerda Graciela, los y las que podíamos. Preparábamos la comida y salíamos a repartir bandejas por las casas, además, de material pedagógico. A partir de ahí, establecimos otro vínculo con las familias.

La escuela no cuenta con personal no docente que se encargue de la limpieza y el orden de las aulas. Somos nosotros los que nos encargamos de la limpieza de los diferentes espacios. Y eso es parte de este proyecto, nos dice Paola.

Ahora proyectan, esperan llegar al año que viene, la apertura en el turno mañana de una escuela secundaria. El proyecto ya está aprobado por el consejo federal de educación, lo que falta es llevarlo a la práctica, lo que no es fácil, finaliza Cecilia.

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