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El hambre, holocausto de los olvidados

En la Argentina mueren niños diariamente por enfermedades ligadas al hambre. En un escenario que empeorará a la velocidad del alud ante la violenta insensibilidad de los que gobiernan. Una alimentación de pésima calidad desde antes de nacer marca el destino de millones de niños que aprenderán menos, serán menos fuertes, menos rebeldes y mansos a la hora de la precarización y la esclavitud. Por Silvana Melo – Agencia Pelota de Trapo.

“El hambre no era sólo hambre sino la medida del hombre”- Pablo Neruda

El hambre es el fracaso más estrepitoso de la humanidad. Ha crecido exponencialmente y aún sin cifras en un país cuyo delito debió ser gravísimo para ser condenado a cincuenta años de castigo. Si de cada tres niños dos crecen en la pobreza y cincelados por el acecho del hambre, habrá un futuro pequeño, humilde, para repartirse entre quienes queden en pie. Ayer el Presidente lloró a mares con la frente sobre el Muro de los Lamentos. Mientras nadie se digna a destrabar la perversa burocracia que derrumbó las mesas de los comedores comunitarios. Los que sostienen –cuando el estado está tan presente en su ausencia- a los empujados de prepo a los sucuchos del hambre.

Alberto Morlachetti recordaba en 2006 la monumental Cumbre Mundial sobre la Alimentación celebrada en Roma en noviembre de 1996. Cien mandatarios decidieron que había que reducir a la mitad la cantidad de gente con hambre en el mundo. “Para el caso de que aquella meta fuese alcanzada, morirán -de cualquier manera, para el año 2015- por falta de alimentos 142 millones de niños menores de 5 años”, calculaba. Y murieron. Y no movió ninguna aguja de la riqueza y las instituciones planetarias.

En la Argentina mueren niños diariamente por enfermedades ligadas al hambre. En un escenario que empeorará a la velocidad del alud ante la violenta insensibilidad de los que gobiernan. No se llora a gritos por esta infancia. Sólo se re-contrata a un pediatra oscurantista del Opus Dei que se ha servido de la niñez para difundir extrañas teorías sobre los orígenes de la desnutrición. La Sociedad Argentina de Pediatría condenó conceptos como "combatir la promiscuidad, la pornografía, el autoerotismo, la anticoncepción, la infidelidad y el concubinato" para eliminarla. Durante el gobierno de Mauricio Macri recibió casi 15 millones de pesos (a valores de ocho años atrás) por un acuerdo similar.

Esta tierra no es la que produce alimentos para millones. No es el granero del mundo como planteaba el modelo agroexportador de principios del siglo XX ni es el supermercado del mundo, como lo soñaba Mauricio Macri, repleto de envasados ultraprocesados que distan de ser alimento genuino.

La super exportación de commodities (1), que sostuvo las finanzas de gobiernos oralmente progresistas en toda América latina, ha sumido a la región en una brutal inseguridad alimentaria: desde hace más de veinte años Argentina sostiene una alta producción de soja y cereales que se exportan a China para alimentar a sus animales.

La deriva de décadas de aquella “revolución verde” que, entre los 40 y los 70, planeaba terminar con el hambre del mundo, fue la superproducción agrícola que exportó commodities y dejó graves consecuencias sociales y ambientales. No hubo reinado de la espiga dorada en las mesas de los pobres, sino que Argentina se transformó en el primer país que consume pan transgénico y con agrotóxicos; sobrevino el éxodo de campesinos a los conurbanos de las grandes ciudades, el hambre no se eliminó sino que creció para aumentar la renta de unos pocos y comenzó el imperio de los agrotóxicos y las semillas transgénicas y patentadas. La tierra dejó de ser la Pacha para ser un objeto de deseo de los poderosos. Una mujer a la que se ultraja y se abandona.

En la tierra del cultivo y las vacas en los prados, para los barrios populares el acceso a la fruta, la verdura, los lácteos y la carne es una quimera. Los alimentos viajan centenares de kilómetros por ruta desde las tierras productivas a las ciudades. Cada paso obligado encarece el fruto que el productor vendió por poco y prohíbe el consumo a unos 22 millones de personas pobres que hoy sienten en sus pies un suelo sin certezas, que se hunde.

La producción, en su alrededor rural y en manos de pequeños productores, de gran parte de las frutas y verduras que una ciudad consume, sería una decisión tan simple como revolucionaria. Sin embargo, los lobbys son demasiado fuertes y la nueva ultraderecha prefiere un discurso violento de salvataje popular mientras sus decisiones benefician a los dueños del país y reducen a casta a los más castigados de esta tierra.

La escuela
Dicen los especialistas que la función cognitiva de los niños se adquiere en la primera infancia. Y su plenitud está directamente vinculada con su historia nutricional. “La alimentación durante la gestación y luego en los primeros años de vida son fundamentales para el desarrollo físico, psicológico, social y cognitivo de los niños”, dice la directora del Departamento de Nutrición del Instituto de Neurología Congnitiva, Sol Vilaro, al diario La Nación.

Una alimentación de pésima calidad desde antes de nacer marca el destino de millones de niños que aprenderán menos, serán menos fuertes, menos rebeldes y mansos a la hora de la precarización y la esclavitud que les promete el siglo XXI.

“Todos sabemos que en la injusta distribución de la riqueza es donde se encuentran las causas de las muertes por hambre. Debemos decir que no se produce para satisfacer las necesidades de los hombres. Se produce para ganar. Y esto interesa más que la vida y el bienestar de las personas”, dice Alberto Morlachetti dieciocho años atrás.

Los comedores populares que hoy están cerrados por la insensibilidad brutal de los funcionarios y de un presidente con incontinencia verbal en las redes, se multiplicarán en las escuelas donde los niños suelen disfrutar de la comida más importante del día. O la única.

Dice Marcelo Rodríguez en Caras y Caretas que “la escuela pública debuta como soporte alimentario a instancias del Cuerpo Médico Escolar (1903) con las primeras cantinas escolares donde los chicos en situación de necesidad recibían la copa de leche diaria. La recesión económica de los ‘30 llevó al Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, recién en 1938, a crear los primeros comedores escolares, ‘con carácter de urgente, para solucionar situaciones de hambre en algunas de las provincias llamadas pobres’”.

Hoy es una escuela derruida en sus cimientos originales, tambaleante en sus patas fundamentales, que ofrece un alimento alineado con la escasez nutricional y una alternativa replicadora sistémica que no logra cambiar el rumbo de casi ninguna vida.

Uno por uno
Con nueve millones de niños creciendo en la pobreza, con dos millones en la ruta del hambre, la tierra donde se tira una semilla en la banquina y crece una plantación está a las puertas de otra crisis alimentaria. Que no es la primera pero ésta fuerza la cerradura de un país amenazado con arrebatarle y vaciarle lo que queda de lo que fue. Rémoras del siglo cuando las políticas de Estado privilegiaron el país agroexportador y la agroindustria demoledora, en lugar de una alimentación soberana para todos. Hoy, como nunca, el neoliberalismo rabioso –y sazonado con otros condimentos temibles y miserables- vuelve a hacer propio el adagio de Margaret Thatcher: “no hay sociedad, sino sólo individuos”. Uno por uno, dijo la ministra de Capital Humano ante el hambre. Organizados son peligrosos.

El concepto profundo del sueño colectivo es tan aberrante como la justicia social.

Se profundiza cada vez más la criminalidad del hambre. Planificado y con responsables claros, con nombre, apellidos y rostros.

“Las mismas llamas donde murieron en Alemania seis millones de personas, en nombre de la ‘raza aria’ (son) los mismos fuegos que matan por hambre a millones de personas en nombre del neoliberalismo –escribe Alberto Morlachetti-. Es el holocausto de los pobres, de los nadies, de los ninguneados”.

La mitad de la población en la pobreza, formateada en el consumismo y no en la transformación, disciplinada su dignidad con planes y salvatajes ocasionales engendra corderos que ofrecen la cabeza a la dentadura del lobo. El holocausto de los olvidados. De una multitud creciente conducida hacia el abismo.

Que espera, acaso, que en el paso final alguien ponga una estrella en el sitio del hambre (2). Y el camino comience a iluminarse. Alguna vez. Algún día.

(1) Materia prima agrícola sin industrializar
(2) Canción para un niño en la calle, Armando Tejada Gómez

 
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