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Premio Casa de las Américas, 50 años de luz

La Casa de las Américas tiene la edad de la Revolución. Y como ella, nació a caballo, montada en relámpagos, con alas, como decía Martí que las ideas preferían nacer. Por Ana María Ramb.


Fundada en abril de 1959, la Casa de las Américas se yergue hoy como una de sus más respetadas, fecundas y deslumbrantes construcciones. La sede material, inaugurada en julio de ese mismo año, es una casona blanca que mira al Malecón y con bravura enfrenta oleaje de todo tipo: huracanes, feroces e implacables bloqueos, cuarentenas políticas, intentos de invasión y amenazas de guerra imperial. En realidad, más que una casona, es un faro que no escatimó su luz en períodos de relativa, o de muy relativa bonanza en la región, y que sobre todo la prodigó en los años de plomo y oscuridad absoluta, cuando las dictaduras setentistas parecían perpetuarse en buena parte de nuestros países, y entonces la cultura aprendía los duros oficios del exilio, o por ingenua obstinación se quedaba para refugiarse en catacumbas a parir en secreto, en un rechinar de dientes, si antes no había sucumbido en hogueras alimentadas de libros y vidas tronchadas en lo mejor.
Pensemos en Haydée Santamaría, luchadora de primera fila en la toma del Moncada, aquel inolvidable y cruento 26 de julio de 1953 y, más tarde, combatiente en la Sierra Maestra. En el fragor de la batalla revolucionaria, fusil en bandolera, esa muchacha campesina “que no temió acercarse a aquello que rebasa la medida del hombre”, como describe el poeta Eliseo Diego, recordaba la recomendación martiana: “Trinchera de ideas valen más que trinchera de piedras”, y también: “Ser cultos para ser libres”. Entonces, alerta cuando le tocaba imaginaria, se permitía audaces imaginerías. No bien las trincheras de piedra fueran abandono y olvido, de inmediato, con urgencia, habría que tejer, bien desde abajo, una red intelectual que reuniera esas islas en archipiélago que navegaban sus soledades a lo largo y ancho de Nuestra América.
Apenas transcurridos cuatro meses de entrar triunfante en La Habana del brazo de Fidel y el Che, de Camilo Cienfuegos y Raúl Castro, de todos sus compañeras y compañeros revolucionarios, Haydée, esa muchacha, al decir de Roberto Fernández Retamar, “rara y al mismo tiempo fascinante conjunción de osadía e inocencia, de rigor y fantasía, de coraje y generosidad, de pragmatismo y delirio”, el 28 de abril de 1959 fundaba la Casa de las Américas. En un continente donde artistas e intelectuales se desarrollaban dentro del campo cultural de sus respectivos países como en islas distantes entre sí, ese faro blanco, desde una isla de utopías cumplidas y de continuo renovadas, logró derribar los muros que separaban cada parcela estanca para defender y enriquecer nuestra cultura en un aparente oxímoron: la unidad en la diversidad.
Si el triunfo de la Revolución Cubana tuvo (y tiene) un grandioso y profundo impacto político y cultural en América Latina, es indiscutible la fuerza de cohesión que insufló la Casa de las Américas en la creación artística y el despliegue intelectual de la región. Mario Benedetti reconocía que: “Gracias a la Casa, los productores de las artes y las letras de América Latina no sólo pudimos llegar al pueblo cubano y tomar contacto con la evidencia incanjeable de la Revolución; también logramos conocernos y reconocernos entre nosotros”.
Haydée, aquella muchacha campesina, sal de la tierra, estoica hija y hermana de una familia revolucionaria, desde el inicio pudo convocar a los artistas, escritores y pensadores más prestigiosos y, sin darse cuenta, con su habitual llaneza sin alardes, dialogó con ellos en paridad intelectual. Y aun se permitió realizar apuestas a futuro, llamando a La Habana a jóvenes que “pintaban (o escribían) lindo”, pero que todavía no eran los autores consagrados de, por ejemplo, La muerte de Artemio Cruz, ni de La casa verde. Cada uno (Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa) tomaría después su propio rumbo, pero no cabe duda de que la Casa les anticipó un reconocimiento mundial al que no habían accedido todavía. Antes de que Cien años de soledad se constituyera en uno de los exponentes del llamado boom de la literatura latinoamericana, Gabriel García Márquez ya se había acercado a la Casa y ésta lo había abrazado.
De Katya Álvarez y Marcia Laiseca, colaboradoras de Haydée, surgiría una iniciativa que la presidenta de la Casa aceptó y puso en marcha sin dudar un momento: instaurar el Premio Literario Casa de las Américas, cuya primera entrega data de 1960. De modo que el Premio cumple en 2010 su primer cincuentenario (y habrá que celebrarlo). En esa instancia fundacional, el ecuatoriano Enrique Adoum, premiado en Poesía, recibió el galardón de manos de su compatriota Benjamín Carrión, y de los cubanos Nicolás Guillén y Virgilio Piñera. Otro cubano, José Soler Puig, premiado en Novela, fue elegido por sus compadres Alejo Carpentier y Enrique Labrador Ruiz, y por el mexicano Carlos Fuentes y el venezolano Miguel Otero Silva. En Teatro y Ensayo, dos argentinos, Andrés Lizarraga y Ezequiel Martínez Estrada, iniciaban la larga saga de connacionales premiados. En 1961, Armando Tejada Gómez rozaba el Premio en Poesía con una mención por Compadres del horizonte. Armando perseveró, y en 1974 lograría el Premio con su Canto popular de las comidas.
Mientras, Pepe Bianco, factótum de la revista argentina Sur, votaba en Novela por Tierra inerme de la cubana Dora Alonso; lo imaginamos compartiendo café, mojitos y tertulias con su compañero cubano José Rodríguez Feo, y con los de otros géneros: José Lezama Lima y Elvio Romero, Juan José Arreola, y un Guillermo Cabrera Infante todavía amigo de la Revolución. A su regreso, Pepe tuvo que renunciar al cargo de secretario de redacción de la revista que dirigía Victoria Ocampo, al cabo de dos décadas de trabajo. Idéntica opción ética le costó al mexicano José Revueltas un modesto cargo en la Secretaría de Educación Pública de su país.
En el 64, Mario Trejo competía en Poesía con otro argentino: Paco Urondo, y con Antón Arrufat (Cuba), Gonzalo Rojas (Chile), y Carlos Illescas (Guatemala); y se lleva el Premio. Concursar en el Premio Casa se había vuelto una meta. “Para los jóvenes de entonces, y de ahora, esta distinción operaba como un trampolín hacia la vida pública y suprarregional”, recuerda el chileno Antonio Skármeta.
“La Casa empezó cuando todo era abrumadoramente precario y difícil”, señalaba por su parte Julio Cortázar, visita asidua y entrañable. Es que la existencia de la Casa atravesó varios períodos intensos de nuestra vida social y política. Viajar a La Habana fue, sin embargo, la Meca soñada por todo revolucionario. Incluso en los años 60 no era fácil llegar a las costas de esta Citerea del honor y la dignidad. La primera vez que Mario Benedetti viajó a Cuba, lo hizo al cabo de cincuenta horas de viaje, en un itinerario que pasaba por Checoslovaquia, Irlanda y Canadá. Recuerdo que el escritor y maestro argentino Pepe Murillo, enrolado como alfabetizador voluntario, viajó primero a Montevideo; el resto del periplo era complicado y secreto.
César Vallejo, en cita recogida por Cintio Vitier, dijo que “la verdadera cultura es la justicia”. Y agrega Cintio:

La historicidad, la politicidad y la lucha por la justicia son, a mi parecer, condiciones estructurales de la creación artística y literaria en Hispanoamérica. Estructurales porque forman parte de lo que se ha creado en nuestro continente. Si nuestro creador es auténtico, va a ser revolucionario. Démosle, pues, libertad para que lo sea (de modo casi nunca previsible). ¿O es que ya se realizó toda la justicia? ¿En qué lugar y cuándo? Es como el horizonte, que está siempre por delante.


No extraña entonces el respeto y prestigio que ganaron la Casa y su Premio a lo largo de cinco décadas. Todo artista e intelectual ávido de cultura y justicia vio en la Casa el espacio donde abrevar para lanzarse al ruedo de la batalla de ideas, o para retomar fuerzas y seguir en esa arena. Intercambiar saberes y debatir enfoques y opiniones entre los jurados se volvió una ansiada oportunidad de superación y el momento de confirmar en la práctica el sentido de las palabras de José Martí: “[Las ideas] no nacen en una mente sola, sino por el comercio entre todas. No tardan después de salida trabajosa, a número escaso de lectores, sino que, apenas salidas, benefician”. Tampoco exageran un ápice Inés Casañas y Jorge Fornet cuando afirman que la historia del Premio es también la historia de buena parte de la literatura latinoamericana y caribeña de las últimas cuatro décadas; escribieron esto a cuarenta años del Premio, y aquí nos permitimos agregar a esos años una década más. En 1960 integraron los primeros jurados Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier (autor de las primeras bases del Concurso) y el ya mencionado Nicolás Guillén. Una lista incompleta de los jurados es de por sí un vademécum de la intelectualidad de Nuestra América, en la que se introducen también nombres europeos y estadounidenses o canadienses, como los de Roger Caillois, Ítalo Calvino, Jean Franco, Margaret Randall, Hans Magnus Enzensberger, Christiane Barckhausen-Canale, David McMurray, Blas de Otero, Juan Marsé, Camilo José Cela, Jorge Semprún, Juan Goytisolo y José Agustín Goytisolo, Belén Gopegui, entre otros. Leer los nombres latinoamericanos que siguen no es tedioso sino sorprendente.

Algunos Jurados: Samuel Feijóo, Onelio Jorge Cardoso, René Depestre, Roberto Fernández Retamar, Juan Marinello, Mirta Aguirre, Félix Pita Rodríguez, Manuel Galich, Sebastián Salazar Bondy, Camila Henríquez Ureña, Lisandro Otero, Atahualpa del Cioppo, Adolfo Sánchez Vázquez, Jacobo Arbenz, Julia Calzadilla, Nicanor Parra, José Lezama Lima, Jaime Sabines, Allen Ginsberg, Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa, Jaime Sarusky, Antonio Larreta, José Emilio Pacheco, Mario Benedetti, Eliseo Diego, Idea Vilariño, Ángel Augier, Thiago de Mello, Enrique Lihn, Carlos Monsivais, Luis Villoro, José Antonio Portuondo, Claribel Alegría, León de Greiff, Edmundo Desnoes, Max Aub, José María Arguedas, Jorge Edwards, Efraín Huerta, Carlos Droguett, Salvador Garmendia, Carlos María Gutiérrez, Ernesto Cardenal, Cintio Vitier, Oscar Collazos, Eduardo Galeano, Nersys Felipe, Antonio Skármeta, Eduardo Heras León, Francisco Coloane, Gonzalo Rojas, Augusto Salazar Bondy, Víctor Casaus, Augusto Boal, Juan Bañuelos, Saúl Ibargoyen Islas, Marta Rojas, Jaime Labastida, Pedro Mir, Lisandro Otero, Juan Carlos Onetti, Lincoln Silva, Mirta Aguirre, Luis Britto García, Eraclio Zepeda, Pablo Armando Fernández, Sergio Ramírez, Laura Antillano, Alga Marina Elizagaray, Manuel Maldonado Denis, Antonio Cândido, Ambrosio Fornet, Anthony Phelps, Maximilien Laroche, Enrique Pérez Díaz, Rubén Bareiro Saguier, Graciela Pogolotti, Gioconda Belli, Marta Harnecker, Pablo González Casanova, Antonio Cisneros, Juan Bosch, Joaquín Gutiérrez, Efraín Subero, Ana María Machado, Omar Cabezas, Abel Prieto, Rubem Fonseca, Nélida Piñón, Rogelio Sinán, Denzil Romero, Augusto Monterroso, Frei Betto, Raúl Zurita, Ziraldo Alves Pinto, Rupert Lewis, Fernando Morais, Marina Colasanti, Paco Ignacio Taibo, Fernando Quiñones, Keith Ellis, Lautaro Murúa, Poli Délano, Eric Nepomuceno, Fernando Martínez Heredia, Theotonio dos Santos, Edilberto Coutinho, José Saramago, Emir Sader, Diamela Eltitt, Luisa Campuzano, Arturo Arango, Fernando del Paso, Chico y Helena Buarque de Hollanda, Moacyr Scliar.

En una publicación dedicada a la historia del Premio hasta 1999, Inés Casañas y Jorge Fornet dan las cifras de concursantes en el Premio. Es apabullante la intervención de los argentinos: de un total de 19580 trabajos, los argentinos intervinieron con 2862, seguidos por 1600 colombianos, 1560 peruanos y 1413 mexicanos. En 1980 se convocó por primera vez la categoría Literatura Brasileña, escrita en portugués, con lo que el Premio Casa ganó aun más proyección. A partir de ese año y hasta 1999, Brasil, que había aportado hasta entonces 199 trabajos escritos en castellano, concursó en el período 1980-1999 con 1741 textos en su propio idioma. En una segunda publicación complementaria de la anterior, y que abarca el quinquenio 2000-2004, de un total de 3176, se le reconocen a la Argentina 872 trabajos, seguidos por los 618 de Literatura Brasileña en su idioma, y 387 cubanos. Podríamos decir, al cabo de recorrer las siguientes dos listas, igualmente incompletas, que la Casa nos trató a los argentinos más que bien.
Inés Casañas y Jorge Fornet reconocen que lecturas sesgadas o apasionadas dejaron producciones de excepción sin el primer lugar en el podio, de modo que podría escribirse una historia con las obras que no alcanzaron el máximo galardón, y que tal vez lo merecían. Pensamos en autores como Luis Saurdíaz, Excilia Saldaña, Miguel Barnet, Gonzalo Rojas, Augusto Boal, Patricio Mans, Luis Sepúlveda, entre varios. Argentinos hubo que, como ellos, estuvieron muy próximos al primer puesto, y probaron su valía con la misma obra concursante, o con otras que alcanzaron gran trascendencia, como ocurrió con José Portogalo, Hamlet Lima Quintana, Osvaldo Soriano, Carlos Sommigliana. Pedro Orgambide, triunfador en Cuento, fue dos veces finalista en Novela.
Para no fatigar la atención del lector con otro largo listado, daremos apenas otros pocos nombres de los premiados a lo largo de este medio siglo: Dora Alonso, Lisandro Otero, Marta Rojas (Cuba); Claribel Alegría (El Salvador); José Watanabe (Perú); Anthony Phelps, Gerard-Pierre Charles (Haití); Eduardo Galeano, Alfredo Gravina (Uruguay); Denzil Romero, Luis Britto García (Venezuela); Ana María Machado (Brasil); Grupo de Teatro La Candelaria, Enrique Buenaventura (Colombia), Grupo Areíto, Lourdes Casal (EEUU); Omar Cabezas (Nicaragua); Marlene Nourbese Philip (Trinidad y Tobago).
Fornet y Casañas recuerdan que, en 1970, “el Premio Casa de las América incluyó, por primera vez como tal, un género que no había sido canonizado hasta entonces: el testimonio. Era la respuesta a una inquietud que venía tomando cuerpo desde hacía varios años. Manuel Galich, de Guatemala, sugirió el primer nombre para el jurado: Rodolfo Walsh, tres veces jurado en el Premio. “Es la primera legitimación de un medio de gran eficacia para la comunicación popular”, respondió el argentino, al aceptar la nominación. La nueva categoría daría a conocer, entre otras personalidades singulares, a Rigoberta Menchú. Hoy como ayer, la Casa siempre se ha abstenido de dar la mínima indicación a los jurados, pero en las primeras bases del Concurso en esta categoría, después de explicar qué se entendía por testimonio, aclaraba: “la forma queda a discreción del autor, pero la calidad literaria también es indispensable”, recomendación que en pocos años se estimó innecesaria.
En 1975, se incorpora al Premio la categoría de Literatura Infantil y Juvenil, como resultado del calificado florecimiento de obras, autores y corrientes que la liberaron del equivocado etiquetamiento como literatura ancilar, proveedora de trasnochadas e insulsas pedagogías.
Como vemos, el Premio y sus renovadas realizaciones caracterizan la Casa de las Américas como un organismo vivo, en constante crecimiento.
Dice Nancy Morejón acerca de la inclusión de otra nueva categoría en el concurso, la de Literatura Caribeña en Inglés y Creole:

La historia del Premio Casa arroja un saldo único en la difusión de estas literaturas, y esencialmente en la consideración de las lenguas creoles como legítimos lenguajes de expresión literaria. Si en nuestros días es un hecho incuestionables el triunfo de este empeño se debe a la presencia, exigente y audaz, de la Casa.


Los fervientes lectores de poesía descubrimos, por ejemplo, que buena parte de la mejor poesía en idioma inglés se produce hoy en las Antillas, y nos animamos a afirmar que la visibilizó ante la mirada de los jurados del Premio Nobel. Además, pudimos acceder a una notable obra narrativa, poética y ensayística de notables escritores que se expresan en esos idiomas, y que comenzaron a ser traducidos a otros, e invitados a las más prestigiosas Universidades y Academias. Es el caso de Edward Kamau-Brathwaite, de Barbados, tres veces ganador del Premio.
Otro reconocimiento notable es la incorporación de la Literatura Indígena (mapuche, aymara y mayanses) al Premio, como representación de nuestras culturas originarias, reivindicadas por José Martí en la Edad de Oro y en su ensayo Nuestra América (se sabe que Martí fue el autor intelectual de la toma del cuartel Moncada y de la Revolución triunfante en 1959); reivindicación retomada por Roberto Fernández Retamar en su Calibán, una de las más lúcidas respuestas a la interpelación de Simón Bolívar, bien recordada por Darcy Ribeiro, sobre qué somos: “no somos indios, ni europeos, sino una especie media (…) poseemos un mundo aparte cercado por dilatados mares; nuevo…” Esta nueva categoría hace justicia al mestizaje sustancial nuestroamericano, bajo cinco siglos de silenciamiento, y en una actualidad con protagonismos incuestionables.
No hablamos todavía de la Revista Casa de las Américas, que en épocas de dictadura circulaba entre nosotros como preciosa perla clandestina. Dice Eduardo Rosenzvaig, escritor argentino dos veces ganador del Premio, la primera en Ensayo, la siguiente en Literatura Testimonial:

El público de la Revista rebasa a la Revista. La Casa no puede albergar a tantos actores revolucionarios en la estética del tiempo que se está construyendo. La Revolución tiene capacidad para culturizar al pueblo, para desajenarlo de las formas brutales del capitalismo. A partir de la Revolución Cubana y esa pequeña Casa con una Revista de apenas cuatro números anuales, la intelectualidad americana ya no puede ser la misma. Aun en las formas de impugnación ya no puede
.

No. Ya no puede.

Argentinos premiados: Mario Trejo, Armando Tejada Gómez, Jorge Boccanera, Carlos Patiño, Víctor García Robles, Juan Octavio Prenz, Laura Yasan (Poesía). Octavio Getino, Eduardo Mignogna, Pedro Orgambide, Fernando López, Pablo Ramos, Samanta Schweblin (Cuento). Marta Traba, David Viñas, Haroldo Conti, Humberto Costantini, Luis María Pescetti, Liliana Bellone, Fernando López, Paula Kauffman, Antonio Elio Brailovsky, Zelmar Acevedo Díaz, Rafael Pinedo (Novela). Andrés Lizarraga, Osvaldo Dragún, Jorge Goldenberg, Alberto Adellach, Eduardo Rovner, Dalmiro Sáenz, Carlos María Alsina, Víctor Winer, Rafael Spregelburd (Teatro). Ezequiel Martínez Estrada, Claudia Kaiser Lenoir (Ensayo). Eduardo Rosenzvaig (Literatura Testimonial). Carlos M. Vilas, Luis Fernando Ayerbe (argentino-brasileño) (Ensayo Histórico-Social). Néstor García Canclini, Celina Manzoni (Ensayo Artístico -Literario). Laura Devetach, Beatriz Doumerc y Ayax Barnes, José Murillo y Ana María Ramb, Silvia Schujer, Ricardo Mariño, Kalman Barsy, Carlos Marianidis, Yoli Fidanza (Literatura Infantil y Juvenil). Miguel Bonasso, Abelardo Castillo (Premio de Narrativa José María Arguedas). Beatriz Sarlo, Atilio Borón (Premios de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada). Graciela Scheines (Premio Extraordinario Nuestra América). Juan Gelman (Premio de Poesía José Lezama Lima).

Jurados argentinos: Ezequiel Martínez Estrada, José Bianco, Leónidas Barletta, Rodolfo Walsh, Raúl González Tuñón, Luisa Valenzuela, Gregorio Selser, Raúl Larra, Gregorio Bermann, María Rosa Oliver, Julio Cortázar, Leopoldo Marechal, Gerardo Pisarello, Alejandro Verbitsky, Bernardo Canal Feijóo, Néstor Raimondi, Héctor P. Agosti, Aurora Bernárdez, César Fernández Moreno, Dalmiro Sáenz, Juan Carlos Portantiero, Paco Urondo, Noé Jitrik, Marta Lynch, Norman Brisky, Bernardo Kordon, Ariel Dorfman, Haroldo Conti, Jorge Timossi, Iverna Codina, Zulema Katz, María Escudero, Javier Villafañe, Juan José Manauta, José Murillo, Saúl Yurkievich, Rodolfo Puigróss, Julio Mauricio, Beatriz Doumerc, Ayax Barnes, Néstor García Canclini, Daniel Moyano, Juan Gelman, Oscar Ciccone, Humberto Costantini, Kalman Barsy, Mempo Giardinelli, Laura Devetach, Horacio Verbitsky, Gustavo Roldán, Carlos M. Vilas, Andrés Lizarraga, Osvaldo Soriano, Juan Enrique Acuña, Juan Carlos Martini, Griselda Gambaro, María Seoane, Roberto Segre, Mónica Sorin, Rubén Dri, Tununa Mercado, Eduardo Rosenzvaig, Leónidas Lamborghini, Carlos María Alsina, Osvaldo Bayer, Daniel Samoilovich, Sergio Chejfec, Luis Gusmán, Tamara Kamenszain, Graciela Scheines, Walter D. Mignolo, León Rozitchner, Carlos Ulanovsky, José Luis Mangieri, Alberto Laiseca, Andrés Rivera, Néstor Kohan, Silvia Iparaguirre, Diana Bellessi, Héctor Tizón, Claudia Gilman, Jorge Dubatti, Ana María Ramb.
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Referencias
• Cintio Vitier. “Encuentro con revista Albur”, en Revista Casa de las Américas, Año XXX, Nº 175, Julio-Agosto, 1989.
• Inés Casañas y Jorge Fornet. Premio Casa de las Américas. Memoria, La Habana, Fondo Editorial Casa de las Américas, 1999.
• Eduardo Rosenzvaig. “Casa de las Américas. A 50 años de su creación”, en Nuestra Propuesta, Nº 932, 13-8-2009.


Ana María Ramb. Escritora y periodista argentina. Obtuvo el Premio Casa de las Américas por una obra escrita con José Murillo, traducida al eslovaco, ruso y alemán; el 2° Premio del Concurso Latinoamericano organizado por CERLALC, Unesco; la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores; Mención de Honor en el 2º Concurso Latinoamericano de Literatura Infantil José Martí, San José, Costa Rica. Otras distinciones: dos veces finalista en el Concurso de Cuentos organizado por la revista Plural, México D.F.; finalista en el Concurso de Cuentos Les Filanders, Asturias, España. Participó como relatora y jurado en eventos internacionales en La Habana (Cuba), Villa de Leiva (Colombia) y Grönigen (Holanda).

Artículo publicado en  La revista del CCC. Septiembre / Diciembre 2009, n° 7. Disponible en Internet:
http://www.centrocultural.coop/revista/articulo/130/.

 

 

 
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