Red Eco Alternativo ***

A propósito de una nota de CEICS

Cuando comencé a leer la nota de CEICS ¿Por qué la Argentina estalla cada 7 o 10 años? publicada en Red Eco Alternativo el 13 de noviembre precedida por la frase (que comparto): “De lo que (casi) nadie habla es del problema estructural del capitalismo argentino”, me dispuse –esperanzado- a leer algo acerca del “problema estructural del capitalismo argentino “. Por Alejandro Teitelbaum

 

Pero mi expectativa duró poco pues, según la nota de CEDINCI, el problema argentino consiste en su atraso industrial y la consiguiente  baja productividad del trabajo y, como resultado, su escasa  competitividad en el mercado mundial.

Es decir me encontré con el discurso habitual de la clase capitalista mundial para justificar la la rebaja/congelación de los salarios, el aumento de la jornada laboral, de la edad de la jubilación, etc., es decir el incremento de la explotación capitalista,  con el supuesto objetivo  de alcanzar una mayor competitividad en el mercado mundial.

En apoyo de su tesis CEDINCI enumera cifras de la productividad (sin citar fuentes)  en la industria automotriz en Argentina, Japón,  México  y Estados Unidos. Sin duda la productividad varía entre los distintos países. Pero las cifras de CEDINCI difieren notablemente con las expuestas en otros trabajos que parecen ser más rigurosos (Véase XXI Jornadas de historia económica. Asociacion argentina de historia economica Universidad Nacional de Tres de Febrero Caseros (buenos aires), 23 al 26 de septiembre de 2008 http://xxijhe.fahce.unlp.edu.ar/programa/descargables/ianni.pdf).

CEDINCI parece ignorar que la sociedad contemporánea está caracterizada por el dominio mundial del sistema capitalista en su etapa imperialista y por su hegemonía política, ideológica, social y cultural. La llamada mundialización, donde cada Estado y/o región desempeña – de grado o por fuerza-  el papel que le atribuye el sistema mundial dominante.

Hoy, como nunca antes, se puede constatar esta evidencia, con sólo mirar en torno y ver como todos los Estados del mundo, cualquiera sea el  discurso de sus gobernantes de turno, se adaptan a las exigencias del sistema explotador y opresor dominante. Paso a paso o brutalmente. Con presión exterior y/o por propia iniciativa.

Es así como  existe una especie  de «competencia» entre los países pobres para «atraer » las inversiones de las grandes empresas transnacionales  que consiste en ofrecerles el costo más bajo posible del factor trabajo, al mismo tiempo que  una mano de obra con buena calificación y disciplinada.

El economista francés François Chesnais se refiere a esto en el prefacio al libro de Claude Pottier “Les multinationales et la mise en concurrence des salariés”[1] escribe:

 “Los grupos industriales multiplican las experiencias tecnológicas y de organización que les permiten obtener niveles de productividad elevados en los NIP (nuevos paises emergentes) y en Europa del Este. Estos no son  exactamente los mismos que en los países de origen, pero son mucho más elevados que antes y  aumentan constantamente”…”buscan sacar ventaja de la situación extraordinariamente favorable que les ofrece esa convergencia “milagrosa” entre el aumento de la productividad y el mantenimiento de disparidades muy acentuadas  en materia de salarios, de condiciones de trabajo (seguridad e higiene) y de niveles de protección social”…

 “Los países llamados “en desarrollo” siempre han representado para las empresas de los países industriales del centro del sistema capitalista mundial una reserva de mano de obra  con la que pueden contar según sus necesidades, al ritmo y en la escala que les conviene. Durante la fase  (1950-1975) de crecimiento rápido de las economías todavía autocentradas y de producción fordista, hizo falta “importar” esa mano de obra, organizar los flujos migratorios hacia las metrópolis industriales. Era ya una forma de establecer la competencia entre los asalariados, pero con límites estrictos. Las relaciones políticas y sociales internas  impedían excluir completamente a los inmigrantes de los sistemas de protección social.  Aparte de la construcción, las normas de seguridad eran las mismas para todos los trabajadores. Para defender los salarios de los trabajadores más calificados, los sindicatos  se vieron obligados, incluso cuando estaban realmente dispuestos, a defender los salarios de los trabajadores inmigrantes no calificados. La nueva configuración de la competencia entre los trabajadores es completamente diferente. Las empresas van al encuentro del ejército de reserva de trabajadores para explotarlos “in situ”, allí donde viven. Se aprovechan  de la disciplina política, de la competencia local entre los trabajadores, y de las condiciones de bajo costo de la reproducción de la fuerza de trabajo en los países de implantación. La convergencia de los niveles de productividad permite a las empresas internacionalizar la competencia entre los trabajadores, tomando como referencia los niveles de salario y de protección social más bajos. Al mismo tiempo se reducen las necesidades de mano de obra inmigrante. Las implicaciones de este proceso  sólo comienzan a discutirse y analizarse. Mientras eso no comience a hacerse, será difícil decir, más allá de los análisis macroeconómicos  mundiales relativos a los callejones a que conduce este esquema de acumulación, cómo deben actuar los asalariados  de los países industrializados, sus sindicatos y los partidos que todavía quieren defender los intereses de los explotados allí donde éstos estén”.

Esa es la estrategia de las sociedades transnacionales, que libran una lucha feroz entre ellas, totalmente ajena a la idea de la “competencia pura y perfecta”. La reorientación del capital hacia sectores industriales o regiones geográficas más  rentables  se reproduce incesantemente y el resultado es bien perceptible: algunos ganadores y decenas de millones de perdedores, lo que explica en buena medida el hecho de que la brecha entre ricos y pobres, a escala mundial y también nacional  hace decenios que no cesa de aumentar [2].

El resultado del aumento de la productividad, que es un fenómeno constante aunque con ritmos  diferentes  en distintas  partes del mundo, derivado de la aplicación de nuevas tecnologías y/o  de la intensificación  de los ritmos laborales, es la producción de mayor cantidad de bienes o servicios  por hora trabajada [3].

Por ejemplo en Francia la productividad  se multiplicó por 5 en los últimos 30 años, lo que  se reflejó muy poco en el salario real (que está prácticamente congelado hace diez años) y casi nada en la reducción de la jornada laboral. En otros términos, el aumento de la productividad benefició casi exclusivamente a los patrones. Es decir,  sirvió para aumentar la explotación de los trabajadores.

En Argentina, después de la profunda crisis de  2001, se revirtió  la tendencia y hubo un crecimiento del PBI, hasta hace cuatro o cinco  años. Los trabajadores se beneficiaron de dicho crecimiento en términos de empleo y de salarios, pero mucho más se beneficiaron los grandes empresarios, nacionales y extranjeros. Es decir, aumentó la tasa de explotación. Dicho en otros términos, en el ejemplo precedente de Francia y en Argentina  creció la torta, pero se repartió más desigualmente.

Hubo pues un considerable aumento de la productividad pero esta no benefició a las clases populares ni impidió las crisis.

Con el agregado de que en Argentina no se aprovechó el crecimiento del PBI para invertir en la creación de las infraestructuras  indispensables (energía, transportes, etc)  para un desarrollo armónico y sin demasiados sobresaltos de la economía.

La original explicación de CEDINCI de que las crisis (a repetición como en todo el mundo) en Argentina se deben a la baja productividad  que tiene por resultado  que su economía sea poco competitiva en el mercado mundial es totalmente ajena a la explicación de las crisis formulada por Marx y Engels en muchos de sus escritos (Véase: https://hernanmontecinos.com/2008/09/30/la-crisis-actual-del-capitalismo-y-las-ensenanzas-de-marx-y-engels/).

Por ejemplo Engels escribió en el  Anti-Dühring :

…..  « la gran industria moderna ha creado un proletariado, una clase que, por primera vez en la historia, puede reivindicar la exigencia de suprimir no tal o cual organización de clase o tal o cual privilegio de clase, sino las clases como tales, y que se encuentra en tal situación que tiene que imponer esa exigencia so pena de hundirse en la condición del coolí33 chino. Y, por otra parte, a que esa misma gran industria ha creado con la burguesía una clase que posee el monopolio de todos los instrumentos de producción y todos los medios de existencia, pero que prueba en todos los períodos de loca exaltación y en todos las crisis subsiguientes que siguen a esos períodos que ya es incapaz de seguir dominando las fuerzas productivas que han crecido más de lo que su poder abarca; una clase bajo cuya dirección la sociedad corre hacia la ruina como una locomotora cuyo maquinista fuera demasiado débil para abrir la bloqueada válvula de seguridad. Dicho de otro modo: este fenómeno se debe a que tanto las fuerzas productivas engendradas por el moderno modo de producción capitalista como el sistema de distribución de bienes por él creado, han entrado en flagrante contradicción con el modo de producción mismo, y ello hasta tal punto que tiene que producirse una revolución de los modos de producción y distribución que elimine todas las diferencias de clase, si es que la entera sociedad moderna no quiere perecer. En ese hecho tangible, material, que se impone más o menos claramente, pero con necesidad invencible en el espíritu de los proletarios explotados; en ese hecho —y no en las ideas de tal o cual sabio de gabinete sobre lo justo y lo injusto—, reside la certeza de la victoria del socialismo ».

Y también difiere totalmente con las explicaciones –sólidamente fundadas- de las crisis actuales, donde desempeñan un papel fundamental el capital financiero parasitario.

En pocos años los productos financieros derivados (futuros, opciones, forwards, swaps, etc.) con fines especulativos o supuestamente destinados a cubrir riesgos   se multiplicaron exponencialmente y su monto de hizo astronómico y totalmente despegado de la economía real. Todos esos productos financieros  circulan, en los hechos,  como moneda, de manera   que el papel de la moneda de representar los valores creados en el proceso de producción se ha distorsionado totalmente, pues la relación entre los valores reales creados en el proceso productivo  y los ficticios que circulan en el mercado financiero es del orden de entre 10 a 1  y 20 a 1, según diferentes estimaciones.

Existe entonces una sensación de euforia económica y circulan eslogans tales como “¿qué espera para hacerse rico?”, hasta que, inevitablemente, estalla la crisis.

Es en ese marco que se producen las crisis financieras, como la que comenzó en 2007 y estalló a escala planetaria en 2008,  que son diferentes de  las crisis cíclicas clásicas del capitalismo en las que,   después de un período más o menos largo de crecimiento económico, la producción sobrepasaba las posibilidades del mercado  (sobreproducción).

Dicho de una manera simple: cuando Wall Street se resfría todo el mundo estornuda.

Esta modalidad especial de crisis específicamente financieras, no son crisis de sobreproducción  pero producen graves “efectos colaterales” sobre la industria y el comercio.

Estas crisis tienen como centro de gravitación el capital-dinero y que, por tanto, se mueven dentro de la órbita de los Bancos, de la Bolsa y de las finanzas. Aunque las consecuencias son similares: empresas que quiebran, los despidos se generalizan y  aumenta la desocupación, se acentúa la concentración monopolista  hasta que le economía se recompone sobre los escombros de la crisis que deja un tendal de víctimas entre los trabajadores y los empresarios.

Los actuales choques financieros, escribe  Chesnais [4] son el resultado de una configuración específica del capitalismo en su etapa actual. No es el resultado, como en las crisis capitalistas “clásicas”  hasta mediados del siglo XX, de una caída brutal de la producción y del comercio.

Se estaría en presencia -sigue diciendo Chesnais- de una interacción particular entre la esfera de la producción y la esfera de las finanzas. Por un lado  existe una disminución regular y durante un largo período  de la tasa de crecimiento en los países más industrializados, que se puede describir como una sobreproducción crónica que los grandes  grupos oligopólicos logran por lo general controlar con medidas en la esfera de la producción  e hipertrofiando la esfera financiera.

Dicho de otra manera: si la producción no aumenta a un ritmo elevado y  el desempleo aumenta, la tasa de ganancia que obtienen los capitalistas en la esfera de la producción tiende a estancarse o a disminuir y si la gente se empobrece (desocupación y salarios congelados)  consume menos, es decir que el mercado,  donde los capitalistas realizan el  beneficio, se achica.

La “solución” capitalista a estos dos problemas (descenso de la tasa de ganancia y amenaza de crisis de sobreproducción por achicamiento del mercado consumidor) consiste en la hipertrofia y desregulación del sistema financiero que les permite, por un lado, despojar a los trabajadores y a los pequeños ahorristas en la esfera financiera compensando así el descenso de la tasa de ganancia en la esfera productiva y, por  otro lado, expandir enormemente  el crédito a fin de crear un poder adquisitivo artificial en las clases más modestas que viven endeudadas y se endeudan cada vez más.

Hasta que no pueden responder por sus deudas y en ese  momento  las “soluciones” capitalistas  a las contradicciones inherentes al sistema dejan de funcionar y se producen las crisis financieras, porque el sistema real, es  decir la esfera de la producción y del intercambio y su contradicción fundamental (la apropiación privada en forma de plusvalía que se interpone entre la producción social y el consumo social) resurge: se acaba el espejismo de la prosperidad y los pobres están más pobres que antes.

No es pues con el aumento de la competitividad en el mercado mundial que se terminará con las crisis cíclicas en Argentina, sino con un  cambio radical en su sistema económico y financiero e inclusive jurídico (desde hace decenios cada vez más atado al sistema mundial dominante)  que termine con  el control de las principales industrias y servicios por parte del capital transnacional y de  sus socios locales, procediendo a su nacionalización, para ir transformando la acumulación capitalista y la cada vez más desigual distribución de los ingresos en acumulación social y revertir la  distribución de los ingresos para hacerla cada vez más equitativa. Lo que permitirá –además de consolidar un mercado interno en expansión- romper las ataduras con el capital financiero parasitario nacional y transnacional.

Y por cierto incluir en dicho cambio radical la supresión del entramado jurídico que legitima  la subordinación del país al sistema mundial dominante: tratados de promoción de inversiones y otros similares  y los vínculos con el CIADI, el  FMI, el Banco Mundial, la OMC, etc.

Es la única manera de impedir que Argentina estornude cada vez que Wall Street se resfría

Notas:

[1] François Chesnais, Prefacio del  libro “Les multinationales et la mise en concurrence des salariés”  de Claude Pottier. Edit. L’Harmattan, Collection travail et mondialisation, Paris, mayo 2003.

 [2] Puede consultarse el trabajo, siempre actual,  Precio, salario y ganancia de Carlos Marx (1865), donde éste explica:  1) La relación entre el trabajo asalariado y el capital, la esclavitud del obrero, la dominación del capitalista.; 2) La inevitable ruina, bajo el sistema actual, de las clases medias burguesas y del llamado estamento campesino y 3) El sojuzgamiento y la explotación comercial de las clases burguesas de las distintas naciones europeas por Inglaterra, el déspota del mercado mundial. www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/

Véase también  John Eaton, Economía Política, Cap. 8, ed. Amorrortu, Argentina 1971, reimpresión 2004;  Paul  Sweezy, Teoría del desarrollo capitalista, Tercera parte, Fondo de Cultura Económica, México; Antonio  Pesenti, Lecciones de economía política, cap. XIII, La Habana, 1972. Véase asimismo  Mondialisation et commerce international, Cahiers français nº 325 de la Documentation Française, Paris, marzo-abril  2005. www.ladocumentationfrancaise.fr  Contiene  trabajos de varios  autores. En el editorial  se dice:  “La historia muestra que si la mundialización  y el comercio internacional no constituyen fenómenos recientes, está demostrado el hecho de que el libre comercio genera ganadores pero también perdedores”.

 [3] “…En toda la historia del capitalismo, desde la gran revolución industrial de fin del siglo XVIII hasta nuestros días, el sistema económico se ha desarrollado por movimientos sucesivos de inversiones y de innovaciones tecnológicas. Esos movimientos parecen principalmente vinculados a las dificultades inherentes al proceso de acumulación del capital: este, en un momento dado, se traba y todo  se cuestiona: la regulación,  los salarios, la productividad. La innovación tecnológica  es una manera de salir de la crisis, pero  no viene sola: ella afecta directamente a veces al nivel del empleo, siempre a la organización del trabajo y al control ejercido por los trabajadores sobre su oficio y sobre sus instrumentos de trabajo y por  sus organizaciones sobre el nivel de los salarios, sobre la disciplina en   el trabajo y la seguridad  laboral…”. Alfred Dubuc, Quelle nouvelle révolution industrielle? en:  Le plein emploi  à l’aube de la nouvelle révolution industrielle. Publicación  de la Escuela de Relaciones Industriales de la Universidad de Montreal , 1982. https://papyrus.bib.umontreal.ca/jspui/handle/1866/1772

[4] La mondialisation financière, (François Chesnais., editor) ed. Syros, Paris, 1996, Cap. 8.

 
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