Red Eco Alternativo ***

Ella, ella, aire

Gaita , nació a fines de los años 90. Estudia filosofía, es decir, todo (lo que pueda). Edita libros. Participa activamente de la FLIA, del proyecto Hacia una Red de Libros Independientes, de ESTA! Revista (de la comisión de audiovisuales del centro de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA). Publicó un libro que se titula Tiempos Tempestuosos, algún otro saldrá también. Intenta hacer entender al mundo que todo tipo de arte es maravilloso y conductor de las pasiones infinitas que gobiernan al ser humano.

Ella, ella, aire

La primera vez que ella me vio, fue en realidad mi reflejo en el espejo. Me diría, más tarde que esa imagen, de mi entidad (como le gustaba llamar a la gente) atravesando la puerta del bar típico porteño también duplicada en aquél vidrio, no se le borraría jamás de la mente. “Qué increíble cómo recreamos esas impresiones para sentir que los momentos son eternos”, reflexionaba. “Los momentos son eternos”, le respondí. Me miró con esa expresión que se dibujaba en su rostro cuando yo la enfrentaba, sin saber si lo decía en serio y tenía argumentos para sostener mi opinión, o si, al pedirme una explicación, yo le contestaría: “porque yo lo digo”, burlándome de su necesidad de aplicar la lógica a todo, como había sucedido tantas veces antes. Ése día, bajó la cabeza y clavó la mirada en una baldosa meditando sobre la eternidad de los momentos. Se preguntó qué define un momento, qué separa a uno de otro, si es medida del tiempo o de los hechos, si el tiempo transcurre en los hechos o ellos en él, y larguísimos etcéteras que yo sabía que atravesaban su mente como flechas clavándose algunas en la memoria, otras siguiendo su camino hasta perderse en el olvido. No expresó estos pensamientos, no fue necesario… Ni me pidió mi explicación, tampoco.

            Le pregunté qué le resultaba tan mágico del haberme visto primero en un reflejo, luego en la realidad (“¿cuál es la diferencia?”, sé que ella pensaba, o sabía ella que pensaba yo). “No sé…”, dijo. Pero yo sabía que la conciencia de su ignorancia era una mentira que preludiaba una meditación que no había existido antes. “No sé…” significaba que lo estaba pensando, no muy segura de que lo que fuera a expresar tuviera un correlato con la realidad. “Tengo esta imagen de poesía”, aclaró mientras sus ojos se paseaban lentamente de lado a lado buscando más detalles que iluminaran su impresión. “Fuiste como una ventisca de primavera con olor a rosas rojas que me visitaban a mí, y sólo a mí, un día triste de invierno”. Luego me miró, escrutando en mis ojos mi impresión del relato de sus impresiones con su voz. Me miró enamorada de ella. La besé largo rato.

***

La primera vez que la vi, fue su reflejo en el espejo. Yo tomaba café en un bar, afuera hacía una linda temperatura propia de principios de diciembre. Yo no estaba feliz ni triste… sólo estaba, enfrascada en mis estudios de física, pronta a rendir un examen.

            Mi concentración cedía ante el estruendo de la campanilla que colgaba sobre la puerta y se alteraba cuando alguien entraba. A veces miraba a los nuevos clientes, otras sólo intentaba volver a recuperar mi atención para redirigirla al texto. Pero una ocasión tan parecida a las otras, fue particular. La campana sonó alarmada y dirigí mi mirada al espejo, que me quedaba más a mano que la puerta en sí. La vi.

            No sé por qué fue crucial el tema del espejo… Ahora lo pienso, porque ella me lo pregunta. No le digo toda la verdad, voy por partes, me gusta ver cómo reacciona a mis palabras cuando le hablo de ella. Como me besa, no puedo seguir. Luego, ya no es importante.

Pero sí para mí. ¿Qué significaba aquél espejo?

            Su reflejo fue lo primero que vi. Descreí de su realidad, no podía ser que la belleza encarnada en un ser humano existiera más allá de aquél vidrio. Este se ubicaba alrededor de la barra del bar, que tenía forma semicircular. Por lo tanto, al ser varios los pedazos de espejo que lo rodeaban, los ángulos eran misteriosos. Cuando pude retirar la mirada de ellos, sólo porque ella había desaparecido, busqué su entidad en la superficie que ocupaba el aire. Me desesperé por no encontrarla. ¿Había entrado o había sido una ilusión? Si era, si estaba… ¿qué ángulo de todo el maldito bar reflejaba aquél trozo de espejo?

            Recuerdo haber desmenuzado mi impresión en partes. Había entrado buscando a alguien, lo deduje al instante, por cómo movía la cabeza en busca de una persona conocida que la esperaba antes que yo. Cuando hube alcanzado esta conclusión, lo cual me había tomado menos de un segundo, comencé a observar las mesas.

Cuando mis ojos se posaron sobre ella, descubrí, sin sorpresa, que el espejo decía la verdad. Y no sólo eso, se quedaba corto en realidad.

Supe, en ese momento, que ella llama “eterno”, que era mía.

***

Mi cuerpo ocupa todas las superficies que hasta yo, semi-omnipresente, conozco. Yo soy vida, dicen. Solamente soy, digo yo a nadie más que a mí.

Creo que lo mejor de ser yo es que todo pasa por mí, y estoy donde estoy, sin querer, sólo por poder. Sólo por ser.

            Ése día y muchos otros, estaba yo en ése bar, y en varios otros más. Ése día mi cuerpo ocupaba todo el espacio que no abarcaba el resto de la materialidad. Los humanos me inspiraban, yo los recorría y me largaban, como siempre, tan intermitentes. Me gusta hablarme de ellos como luces de navidad para las que estar constantemente prendidas las mata, y apagadas también. Me divierte esta metáfora.

            Ése día yo paseaba por esos bares, por todos lados, pero uno en particular. Me gustan esos lugares: hay palabras en voces y dibujadas en papel, aroma a café y leche con azúcar, me atraviesan las miradas mucho más que en otros. Ellas se cruzan como líneas que ni yo puedo ver, pero que de todas formas no se encuentran faltas de encanto. Mi conciencia paseaba alrededor del espejo, de las personas, del techo… Acariciaba la suciedad acumulada en el cielo raso, las pelusas en los ventiladores.

            De pronto, mientras todos continuaban respirándome, se abrió la puerta. Sentí una mirada que, como lanza, me hacía doler al penetrarme tan fuerte y seguir de largo. Ella se duplicó rebotando en el espejo y salió disparada, multiplicada, hacia todos lados de mí, hiriéndome el doble o más. El tiempo, para alguien, se había detenido: ella no me respiraba. La olfateé y ubiqué mi conciencia a su lado cuando la hube identificado desconcentrada de su libro. Seguí el recorrido de su mirada… Apuntaba al espejo. En él se dibujaba la película de otra humana, que ingresaba al local aventando sus cabellos. Al instante, desapareció (del espejo, yo la sentía todavía en mi cuerpo dentro del bar).

            Comencé a sentirme nervioso, porque notaba que ella, la que estaba a mi lado, todavía no volvía a respirar. Movía la cabeza hacia arriba y abajo, un lado y otro constantemente. No respiraba, no respiraba… Su movimiento excitado no frenaba, y quemaba así más energía de la que producía. ¿Se desmayaría?

En el punto cúlmine de su vigoroso ataque, frenó. Yo la vi, que la vio.

La sentí, que se relajó… Abrió la boca y me inspiró.

Gaita 16/05/14

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