Angustias del escurrir
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- Categoría: Eco de las Palabras
- Publicado: Lunes 13 de Julio de 2015
Ay piba, siento que se me escurre el tiempo, se me resbala como agua por entre las rendijas que quedan entre los dedos cuando están así juntos, con la mano en forma de cuenco. Aunque ahueques lo más posible la concavidad de tu mano, se resbala. Incluso juntando ambas manos, el borde exterior de una palma pegada a la otra, los huesitos limítrofes del aire que anteceden al brazo presionándose uno a otro, meñique y anular de la mano derecha reposando levemente sobre sus opuestos iguales de la otra mitad del improvisado recipiente, las puntas de los dedos arqueándose suavemente hacia arriba, y los pulgares –condenación de la estirpe- cerrando la redondez imperfecta y mirando impávidos hacia afuera y en sentido contrario, así puestas las manos como para conservar un poco de agua en ellas, para echarse a la cara y despegarse las lagañas o transportar de un lugar a otro para mojar alguna planta o la cara desprevenida de algún punto, pues igual, hagas lo que hagas y más temprano o más tarde, se resbala.
Se resbala o se escurre, que no es lo mismo pero para el caso da igual. Porque a veces se resbala –casi siempre más que a veces- como el agua de la bacha del baño por entre las paredes húmedas y pegajosas de los caños, una parte de esa agua que sale de la cañilla del baño mientras vos te cepillás los dientes, agua entremezclada así espumosa y oliendo a menta de perfumería, cae con el peso muerto por el centro del agujero insondable y luego la otra parte resbala oblicuamente y se va a juntar, agua con agua, allá en la espesura del bajomundo de tu casa.
Otras veces se escurre, como el agua de la mochila del inodoro a la que se le ha gastado la goma del coso ese que sirve para dejar pasar el agua hacia abajo o para ya no dejarla pasar más. O más bien como el de una bañadera mal taponada con un trapo estrujado, que mantiene ante ojos incautos la apariencia de estanque pero que imperceptible y silenciosamente va haciéndose camino entre las fibras, empujando hacia abajo con la solicitud de la fuerza de gravedad, y cuando te quisiste acordar, chau, se te vació la bañadera y con un golpecito en la cabeza recordás una vez más que deberías comprar un tapón de goma en el chino de la vuelta.
Ni que hablar del agua de la regadera que cae sobre las macetas que se, no ya escurre sino, filtra por entre esa argamasa de tierra negra, agarrotadas raíces, bolitas blancas, pedacitos de hojas viejas y resaca de río, y finalmente dando rodeos por entre las piedritas de laca va a tocar el fondo de plástico y busca inevitablemente los agujeritos, respiro al exterior, cuidadosamente punteados con un destornilladoral rojo vivo, y se desparrama por el piso de baldosas del patio, a la espera de que el sol de la media tarde la evapore y se la lleve a pasear.
Pero la idea que más me gusta y más me entretiene, es aquella de la mano en cuenco, porque en esta actitud, ingenua y esperanzada, reside toda la belleza e inutilidad del gesto humano, la búsqueda de asir en improvisada vasijita piel y huesos, todo aquello que por definición tarde o temprano se nos escapará de las manos. Porque qué otra cosa sino el agua, que resbala por el límite exterior de nuestro cuerpo, ese embutido finísimo plagado de poros y capas, que respira y todo pero que invariablemente no podrá detener el surco del agua que resbala por la espalda o la pierna, aunque alguna osada gotita resista estoica detrás del lóbulo de la oreja o en el centro inexacto de tu hombro izquierdo.
No hay caso, piel y agua son como vos y yo, se tocan, se penetran, se agasajan, se sorprenden con algún despabile intenso, se refrescan o se acaloran, se pegajosean pero inexorablemente se tornan esquivos, se repelen, se resbalan.
Por eso es que pensaba en el tiempo, y también en el agua, y ahora en la fuerza de gravedad, que algún papel debe tener en todo este asunto, porque caigo en la cuenta de que el resbalar del agua siempre lleva el impulso de la gravedad, sino cuándo se ha visto que un poco de agua siquiera resbale para arriba, sea en la maceta o en los valles calchaquíes, siempre para abajo, aunque se demore en declives y recodos, siempre hacia abajo.
Y entonces se me ocurrió si este resbalar o escurrirse del tiempo no tendrá que ver con la gravedad, y no es que se nos pase el tiempo, abstracción retórica si las hay, sino que el tiempo cae hacia abajo, por su propio peso y por la fuerza de gravedad. La otra vez leí que los planetas y cosas que hay en el espacio se atraen y a la vez se mantienen a distancia por la fuerza de gravedad de cada uno de esos cuerpos estelares, y también leí que ahí en el espacio, hasta los confines del universo, hay materia y energía, pero también espacio y tiempo. Yo no entiendo mucho de estas cuestiones de la astrofísica, pero de escurrirses del tiempo y de manos hechas cuencos como barreras que intenten denodada e infructuosamente detener la fuga sí. Y entonces me va cerrando la idea.
Cosa que no me deja más tranquilo y mucho menos satisfecho, porque ningún descubrimiento científico va a venir a matizarme esta angustia de que cada vez se me pase más rápido este tiempo nuestro, estos días pasados y por venir, esta tardenoche leyendo a la sombra del sauce, la imposibilidad de fijar una siesta en la eternidad, de que este tiempo mío se me escurra como el agua por entre las manos hechas un cuenco, con los dedos pegados y superpuestos, las puntas con sus uñas arqueadas levemente hacia el cielo y los pulgares retozando de costado y sin mirarse siquiera, cerrando la imperfecta redondez de ese gesto en el que se juntan la ilusión y la inocencia en imposible resguardo de lo que no se puede asir, ni agarrar y mucho menos retener, porque como el tiempo, tiene cuerpo y tiene peso, y cae, o resbala, o se escurre, qué más da.
GONZALO BESTEIRO es comunicador y docente. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Trabajó como productor y guionista en diversas producciones televisivas, nacionales e internacionales, aunque no reniega de haberse ganado la vida también haciendo hamburguesas en una cadena de comida rápida o amasando panes rellenos.Actualmente se desempeña como docente en escuelas secundarias públicas de la Ciudad de Buenos Aires, dando clases de Comunicación, Lengua y Literatura. Ha participado de diversos proyectos radiales, y conduce desde sus comienzos el programa Fuerza Centrífuga, producción radial de Red Eco Alternativo, colectivo que integra desde el año 2006, y en el que además ha colaborado como periodista gráfico.