Gabriela Yocco
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- Categoría: Eco de las Palabras
- Publicado: Martes 09 de Junio de 2015
Nació en la Prov. de Córdoba (Argentina), en 1968. Estudió música, Periodismo y Letras. Fue becaria del Centro Cultural de la Cooperación en el Departamento de Literatura y Sociedad. Se desempeñó como docente en instituciones públicas y privadas. Actualmente dicta un curso de Literatura Argentina para alumnos universitarios extranjeros en FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias y Estudios Sociales). Publicó Las horas del agua, Elogio del Grito y Tabaco y dos terrones. Publicó ficción y ensayos en medios nacionales e internacionales. En el 2006 recibió el 1er. Premio Internacional de Poesía en el II Certamen de Literatura Social "José María Valverde"- Universidad Nacional de Barcelona por su obra El llano infinito.
Atavismo
no se elige el poema
no se eligen el estilete la daga la cruz
ni la mordaza ni el cuero en el cuerpo ni cada palabra / no
no se elige el poema
nadie te corona con papeles rasgados ni te nombra emperador de la ausencia
no se elige caminar entre sombras y nombrar sin eco
no se eligen la piedra en las palmas o el sudor que carcome como un ácido manso
nadie puede escoger el viento o encogerse ante la palabra mar
ni someterse a la quietud esquiva de la palabra vuelo
no se puede desear la esclavitud del verbo la sustancia pura del insomnio
la oquedad sin fin de las gargantas / no
sería como arriesgar el cuerpo a cada espejo o resignar la especie a la hombría del sol
sería como dejar que la lluvia cayera despiadada con sus miles de agujas
y no guarecer los ojos
no se elige el poema
es el tigre agazapado tras todo aliento con la zarpa pronta
y un único temblor en la boca
como el inacabable parto de los pájaros
Carta primera
Madre, aquí estoy. Libre de sombras y también de luz. Parada como ciega en la penumbra. Estatua de sal. Hoy recordé tu nombre mientras vigilaba los brotes de las plantas, su terco verdor. Es otoño, madre, pero las flores persisten y el color de la tarde es una sangre que cae.
Hay en torno un silencio manso, las cosas se callan y por detrás de ese silencio la misma niña con su llanto espera que amanezca. Sabe que toda noche lleva el fin, en algún rincón del horizonte. El sueño es una manta áspera llena de fotos y en un extremo tiene la mueca del olvido. Yo acaricio el borde de la ausencia para darle calor.
Madre, así parada puedo tocar la palma de dios y todavía ver en tus ojos el extremo de la vida. Pero es otro este camino bajo mis pies y aún no puedo descifrar sus coordenadas. Sos la sombra en el espejo y esta geografía en mí que te repite como la palabra de un loco.
A veces, la memoria me da tregua; espero entonces el llamado, tu voz tajeando la distancia. ¿Por qué el tiempo es mudo, madre?
Corro hacia el dintel de la lluvia. Un párpado de luz cierra las ventanas. Entonces las horas semejan una larguísima espina que encuentra centro en el corazón.
Esta es mi palabra, madre, huérfana de tu nombre.
en esta fecha
hoy me paro me arrodillo en los altares derruidos de la oscuridad
para que el solo nombre del amigo ampare
su sola luz
es así como me paro a la orilla de antiguos cementerios
porque no soy yo ni mi voz
sino otro canto el que me surca
hoy me arrodillaré frente a las tumbas viejas
porque creo en otra luz que me atraviesa me corrige
me hace serena en la fatal vorágine del tiempo y de los hombres
esos
los absurdos detentores del tiempo
la claridad
es una estepa extensa como la manta del señor de los adioses
la claridad
esconde la daga en la pupila en la concavidad del sexo
la claridad es esta secreta armonía de la muerte y sus cónclaves
hoy
veré pasar el carruaje ostentoso de mi sombra
con su absurdo catálogo de amores
hoy
haré un tamiz con la seda del sol y en su
claridad
se construirá obtusa
la magnífica madera del viento
Mares
No soy Odiseo. No regreso a Ítaca. Miro la espesura del mar sin esperanzas, sin prisa.
En la fábula que yo he creado, alguien me espera en alguna orilla ciertamente lejana. Un fantasma de hielo y ceniza que cambia a mi antojo. Alrededor de mí recogen sogas, esparcen sebo, cruje la madera.
Pero sé que no regreso a isla alguna, que carezco de patria. Que jamás partí de ninguna costa y que nadie hablará de mis hazañas.
Me inclina a veces la decisión del viento. Giro, varea mi vela, acuden sirenas temblorosas sin canto. Conocer los viejos ensalmos es a veces útil cuando arrecian de tal modo las olas.
No soy Odiseo, mas he estado en el Hades y he regresado. Guardo de recuerdo estas marcas de fuego que me acompañarán hasta que el fuego también me devore. Y un sabor a azufre que nunca cede.
Hoy la mirada se licua. Hoy me pesa no regresar ni tener dónde. Pero cada ser lleva el destino escrito en esa implacable telaraña en la palma de las manos.
Entonces perfecciono este simulacro, ajusto la túnica que me aplana los pechos y les grito a los marinos.
Hoy la farsa debe ser casi perfecta.
Se me juegan en ella todos los naufragios y el azote sin piedad de Poseidón.